BUCEO

Olorea noviembre
su cascada zarca de flor de paraíso
un barrio bien al sur
que a su pesar
no mimetiza ya ranchos
en su costa
una vela
muchas velas
una brisa
una sóla
irrepetible en sí
por propia esencia
un día gris
muy mucho
sólo falta aquel viejo marino
y aquel grillo
que todos recordamos
recuerdan
no hay siesta del trópico
que septentrión admita
pero sí este gris que se adhiere
recorriendo médulas
mutante de otras gentes
otros soles
que penetra
si volitivo fuera
nuestras vidas
no hay por qué
reprimirse reprimido
si aun el gris invade
nuestra muerte
no hay por qué
detenerse detenido
si aun el gris
socava la poesía
no hay por qué
esconderse escondido
cuando el gris hace pica
y todos la quedamos

pan quemado
la flor del paraíso
pan quemado
la brisa irrepetible
pan quemado
la vela acariciada
pan quemado
el Buceo
que carajo

NAUFRAGIOS


Ya no sentía los brazos ni las piernas. Avanzaba a pura voluntad y aquel pajarraco negro que, cada vez que intentaba hacer la plancha para descansar un poco, se acercaba para picotearme. Pero no podía aflojar ¿te das cuenta? Vos estabas por nacer y yo no iba a abandonar este mundo sin luchar por conocer a mi hijo. Yo siempre luché, en la vida, en la mar, en donde fuera. La mar siempre nos cobra un precio por las satisfacciones que nos brinda...siempre...como cuando con una tina vieja fabriqué mi primera embarcación y le puse por vela un pedazo de cotín cortado de la parte de abajo del colchón de tus abuelos. El lío vino cuando la vieja fue a dar vuelta el colchón...dormí una semana boca abajo...no sabés como te podían dejar el culo aquellas varas de mimbre. Ya ni fuerzas me quedaban para maldecir al Flaco por la mala maniobra que nos puso la embarcación de sombrero. Cuando le fuí a gritar ¿¡qué hacés!? ya estábamos los dos en el agua y la barca con la quilla para arriba y...y bue...el Flaco era buen nadador y dijo que él iba a Flores que estaba cerca. Yo le dije que con viento y marea en contra no iba a llegar...pero...era tan cabeza dura el pobre...Después de un rato resolví tirarme a tierra, por lo menos el viento pampero me iba a ayudar. La Cruz del Sur a mi espalda, las Tres Marías sobre mi hombro derecho y dale brazo y dale pata y el pajarraco negro que empezó a seguirme y se arrimaba cada vez que me quedaba quieto. Empecé a cansarme y alguna ola más potente que otras me sumergía por algunos segundos. A veces pensaba en abandonarme y dejarme ir suave, dulcemente, en esas tibias aguas...Ahí me acordaba de muchas cosas a la vez, pasaba mi vida por mi cabeza como esas películas de Chaplín ¿viste? pero más rápido. Era otra vez niño, caído de la palmera a la que subí a robar nidos y estaban todos los adultos a mi alrededor y yo no podía moverme ni hablar y ellos decían: "Se mató del golpe"...¡Está muerto! Y yo quería gritarles:¡Muerto ésta! y hacerles el gesto correspondiente y no podía. Salí de esa, ¿por qué no voy a salir de esta? ¡Fuerza brazos! ¡Fuerza piernas, que está por nacer mi hijo y yo lo quiero conocer!...Al principio nadaba lentamente, en forma premeditada, después lo hacía porque ya no tenía más fuerzas...y aquel maldito pajarraco negro...ya no sabía si maldecirlo o agradecerle, porque cuando me quedaba quieto y la voluntad quería abandonarme, él se arrimaba y yo pensaba:"Te vas a quedar con las ganas, yo tengo un hijo por conocer"...y de nuevo a la lucha...¡Fuerza! ¡Fuerza!...Las luces de la ciudad habían quedado muy a mi izquierda, el agua salada me había irritado los ojos, ya apenas si las distinguía pero seguía hacia la costa. Lo más bravo fue en la orilla. La mar me zarandeaba de un lado para otro, las olas me mantenían largo rato sumergido y me invitaban, "entregate, no luches más...somos tibias...te cobijamos"...y el pajarraco negro revoloteaba sobre mí...y otra vez las olas: "abandonate, venite con nosotras...somos dulces...somos tibias...te acariciaremos como ninguna mujer"...Ahí fue cuando me puse a inventar un futuro idéntico a éste, junto a vos m'ijo, en una tarde de sol como esta, pescando juntos en una embarcación como esta, dejando a la mar sin poder cobrar su deuda. ¡Fuerza m'ijo con esa corvina que es grande!...¡Esto es vivir!...

Cuando el sol de noviembre comenzó a calentar su abrigo rotoso y mugriento, el bichicome se desperezó, estiró su cuerpo y se incorporó de entre el médano que le había dado refugio durante el temporal de la noche. Se sacudió la arena, sacó la botella del bolsillo derecho de su abrigo, tomó un buen trago de vino barato y salió a recorrer la costa. Descubrió el cuerpo desnudo, boca abajo, semienterrado en la arena. Lo dió vuelta con cierto trabajo. Lo contempló un instante y se dijo para sí: "Este infeliz se ahogó, algún bicho le comió los ojos, entonces, ¿de qué mierda se estará riendo?"