MAS ACA DE LA MUERTE


Mi tío Ovidio estaba casi convencido de que era inmortal.-
Su error de apreciación consistió en creer que la burocracia celestial era tan negligente e incompetente como la nuestra.-

-¿Sabés sobrino que ayer fui al médico?
-¿Ah, sí?...¿Y qué te dijo?
-Y...que tengo presión alta...que tengo que dejar el vino.-
El ómnibus juntaba todo el calor del aire, el de la carretera y el del propio motor y lo repartía equitativamente entre todos los pasajeros.-
En esa calurosa tarde veraniega, mi tío Ovidio me hizo conocer su decisión de dejar el vino; única bebida capaz de ser reconocida por su sediento paladar. En los últimos veinte años había deslizado por su garganta la existencia de varias bodegas. Nunca nadie lo vió agresivo ni tambaleante ni oyó a su lengua con los titubeos propios de la borrachera. Es decir, el tío Ovidio era un borracho interior. El vino le ponía estrellitas en los ojos, ingenio en los dichos y alegría en el corazón. En definitiva, el tío Ovidio era un tipo buenazo.-
Esa tarde, en medio de los estertores del motor del bus, me sentí algo así como depositario de un secreto de confesión.-
Arribados al balneario, luego del indeseado baño turco, todo fue actividad para nosotros. Alistar la chalana, revisar cabos, remos, estrobos y poner a prueba el fuera de borda, consumieron nuestra primer hora. Conseguir otros dos compañeros, botar la embarcación y poner rumbo al pesquero, no fueron tareas dificultosas. Esa vez, la suerte estuvo del lado de los pescadores.-
Como buen cocinero que era, esa noche el tío Ovidio canturreaba junto a las hornallas, mientras la olla despedía el delicioso aroma de un chupín de corvina. La botella de tinto y un vaso bien servido, sacaban pecho sobre la mesada. En esa cena, el tío trasegó un litro y medio hacia su estómago.-
La sobremesa se prolongó hasta más allá de la medianoche. Los relatos de su infancia y juventud, lograban avivar mis fantasías adolescentes.-
A la madrugada siguiente, otra vez a la mar. Nuevamente la suerte de la pesca nos fue favorable. Ovidio llenó la parrilla con tres hermosos meros. Mientras paladeábamos aquella exquisitez, el tío se bajó otro litro y medio. Mi asombro pudo más que mi prudencia:
-Pero tío...¿no me dijiste que no tomabas más?
La respuesta vino de inmediato, con cierto tono de enojo:
-Un litro y medio con el almuerzo y un litro y medio con la cena ¿desde cuándo eso es tomar?-


Poco tiempo después fui a visitar al tío Ovidio, internado, a punto de hacer un derrame cerebral por hipertensión arterial.-
La sonrisa no había abandonada su rostro.-
-Pero, sobrino ¿para qué viniste?...Si yo en 2 ó 3 días me voy de acá. Quedate tranquilo que yo no me puedo morir. Allá arriba me tienen borrado.-
Y la cara se le ponía más burlona que nunca. Su inmensa nariz, siempre muy colorada, asentía con vida propia.-


-Vieja, vieja, despertate. ¡No vas a creer lo que me pasó!
La tía Blanca, medio adormilada, acostumbrada a los divagues del tío Ovidio, preguntó como por compromiso:
-¿Y qué soñaste papá?...
Cuando él la abrazó y ella percibió el cuerpo de su marido muy frío, pensó que él estaba enfermo o que el sueño realmente le había trastornado.-
Ovidio no era un hombre temeroso; enfrentaba todas las situaciones con decisión y como sobrándose, de manera que ahora debía haber pasado algo verdaderamente grave.-
-No fue un sueño, vieja, te juro. La Muerte estuvo a buscarme ...me quiso llevar.-
Blanca entendió que esa vez no era una de las tantas chanzas que el espíritu burlón de Ovidio gustaba gastar a parientes y amigos. Le abrazó muy fuerte y en silencio.-
-Me desperté temblando de frío -continuó el tío Ovidio- Ella estaba parada a mi lado y me había agarrado una mano. Era muy blanca, muy vieja y muy fría.
-Vamos! -me dijo-.
-¿Y vos quién sos? ¡Yo no voy nada!
-Vamos...soy la Muerte, te vine a buscar.
-¡No! -grité yo- no me jodas; no es acá; es al lado...Vieja, Ella se fue, pero yo estoy helado.
Blanca y Ovidio se abrazaron muy fuerte y terminaron haciendo el amor con los ímpetus de su ya lejana juventud.-
Muy temprano por la mañana, al abrir el almacén, en la casa vecina había un movimiento de gente impropio para la hora. Doña Aurora se acercó sollozando:
-¿Vió que horrible, Doña Blanca, encontraron a don Pedro, muerto en la cama, pobrecito. Fue hace poco rato; todavía está calentito. Dios lo tenga en la gloria.-
Desde ese día, el tío Ovidio estuvo casi convencido de que en los registros celestiales le habían dado de baja por error.-



Cuando salió del sanatorio, el tío Ovidio, volvió a sus rondas de naipes, a las tertulias familiares y, en un esfuerzo supremo, rebajó su consumo de tinto a un litro diario. Siguió derrochando buen humor, siguió con sus bromas, algunas bastante pesadas, y siguió con las calenturas propias de la ancestral sangre mediterránea que corría por su cuerpo. Era parte del paisaje familiar. No había evento que no contara con su presencia. Arrimaba su alegría militante en los festejos y su solidaridad sincera cuando era necesaria.-


Por eso cuando me avisaron de su muerte, la incredulidad corrió pareja con mi congoja. Junto a su féretro mandé mi mensaje en silencio, seguro de que él lo recogería.-
La muerte no había logrado despintar su rostro rubicundo ni su rotunda nariz, pero junto a la mueca burlona, que seguía al firme, había en su gesto una inconfundible impresión de asombro.-

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