ENTRE REDES

El ala de la gaviota acariciaba el misterio. El pejerrey, espuma entre la espuma, retozaba en la rompiente.-
Las chalanas parecieron embestirse con furia. A último momento el tripulante de una de las chalanas, con habilidad de corsario, clavó el remo de la banda contraria a la del abordaje. La chalana viró bruscamente y pegó de banda contra la rival. Cuando el gigantesco negro intentó incorporarse, el contrincante ya estaba, caña en mano saltando a bordo de su embarcación. El atacante amagó con la punta forrada de la caña. El negro, a medio pararse, levantó su caña cubriéndose la cabeza. La caña de su rival describió un rápido arco descendente y barrió las piernas semiencogidas del negro. Con la punta forrada de la caña, el invasor pegó en el pecho del contricante y lo introdujo, de medio cuerpo, dentro del tambucho de proa. Parecía increíble que tamaña humanidad cupiera en espacio tan reducido. La caña comenzó a golpear de punta. Era tanta la fuerza puesta por el atacante, que el pecho y las costillas del moreno sonaban con un ruido tal que parecía imposible que sus huesos no se hicieran astillas. Por suerte, los jueces estaban atentos y desde su embarcación pudieron, con gran esfuerzo, detener la furia celeste del atacante.-

Tal vez el haber nacido junto a un puerto, donde se amansa hasta el más bravo de lo temporales. Tal vez la generosidad de las aguas del estuario entregando sus peces a todo aquel que tuviera un poco de paciencia y habilidad para capturarlos. Tal veces hay millones. Certezas sólo los hechos porfiados y descarnados como las piedras del puertito. Lo cierto es que mi barrio siempre se caracterizó por esos personajes que, repatingados en la silla de un boliche, cigarrillo humeante y vaso de vino tinto bien a la mano, afirmaban, con orgullo de kamikase: "A mi me vinieron a buscar de Peñarol y les dije que no". O también: "Los de Nacional me quisieron llevar...como diez veces vinieron...y...les dije que yo juego al fóbal pa divertirme". Y en todos los casos las afirmaciones eran ciertas. Había como un regodeo masoquista en ese negarse a ser. Una intención firme de no trascender. Una defense velluda de la intimidad en la que la fama no debía ir más allá de los límites del barrio. Alguno que sucumbió a la tentación y viajó hacia las grandes luces de la orilla de enfrente, volvió rápido...no lograba dormir sin el murmullo de las olas y sin el desafinado coro de los renacuajos.-
Nunca oí a ninguno de estos personajes quejarse de la decisión tomada. Muy por el contrario, parecían sentir un gran orgullo de haber corrido fuera al dinero y a la fama. Era claro que les bastaba el boliche del barrio, el recuerdo de pasadas glorias en ignotas canchas, la lata de cangrejos, la tacuara pescadora de ilusiones y el íntimo convencimiento de "yo no fui alguien porque se me antojó ser nadie".-
Sin embargo hubo excepciones y los excepcionales merecen la referencia.-

Cuando a Luisito lo vinieron a buscar de Nacional no dudó ni un segundo. Ese jueves a las ocho de la mañana estaba en el Parque Central. Su aspecto no era de los mejores. La camisa raída, el remedo de pantalón de futbol sujeto a la cintura por un grueso hilo, el pelo hirsuto, la barba de tres o cuatro días y los pies descalzos, no era precisamente la imagen que los dirigentes de aquel club de finos señoritos pretendían para su equipo.-
Alguien comentó en voz alta: "¿Y a éste perdulario de dónde lo sacaron?".-
Luisito alineó de centre-forward en el cuadro de los aspirantes. Jugaban contra la reserva de Nacional que tenía flor de equipo. Ganaron los aspirantes 4 a 3. Al sacudir por tercera vez las redes adversarias, Luisito se encaró al petimetre que había hecho el comentario hiriente y haciendo un ademán obsceno le gritó: "¡Pardulario, ésta!"
Pero esa no fue la razón por la cual nunca pudo vestir oficialmente la blusa del club de sus amores. La verdadera razón estuvo en sus pies. Los pies deformados por las rocas del puertito, por las arenas de la playa, por los rigores del clima. Los pies rematados en unos pulgares retobados provistos de unas uñas cual espolones de gallo de riña, se negaron a ser cubiertos por los zapatos de futbol reglamentarios y ahí terminó, sin haber comenzado, la carrera de quien pudo ser uno de los mejores artilleros del futbol uruguayo de la época de las glorias.-

Así como se presentó esa mañana en la cancha del Parque Central, se presentó siempre que la vida lo reclamó. Sus ancestros escoceses, denunciados por unos ojos azules que le bailaban por toda la cara, le impulsaron a la mar. La necesidad de ganarse la vida le hizo pescador. Pescador de palangre y coraje. Pescador de remo y paciencia. Pescador de trasmallo y silencio con carro de un caballo para repartir por el barrio alimento y esperanzas.-
Nunca poseyó nada más que una infinita bondad y un irrestricto sentido de justicia.-
Una vez compró un terreno a plazos cerca de la esquina de Aldea y Propios. Si algún amigo andaba en la mala, él le decía: "Andá y hacete un ranchito en mi terreno, hasta que te rueden bien las cosas". Cuando él se acollaró tuvo que ir a vivir, junto a su mujer, a una especie de rancho lacustre que tenía junto a la costa, frente al "Cabaret de la Muerte", cruzando la rambla de senda única. En este rancho, Luisito guardaba sus artes de pesca y era punto de reunión de los pescadores de la zona. En su propio terreno no había lugar para levantar un solo rancho más.-
Desde niño, Luisito acostumbraba a bañarse desnudo en una de las tantas canaletas de aguas mansas del puertito. Esta costumbre le acompañó de por vida. Por supuesto que su nudismo amanecedor no implicaba acto de inmoralidad o de agresión alguna para el prójimo.-
Corrían los años de la dictadura terrista. Don Pedro, vecino del barrio, era Jefe de Policía de Montevideo.-
Una mañana Luisito fue detenido por bañarse desnudo. Enterado don Pedro quien, al igual que todos los vecinos, apreciaba al pescador, concurrió a la Seccional 15 a interesarse por la suerte del detenido y a interceder por él. Luisito fue conducido ante el Jefe y el Comisario de la Seccional quien comenzó el interrogatorio:
-¿Usted, por qué fue detenido?
-Por bañarme desnudo.-
-Ajá. Y digamé...¿el sitio en que usted se bañaba , era visible para alguien que pasara por el lugar?
-No, nadie me podía ver de ningún lado.-
-Entonces -interviene el Jefe- no entiendo por que fue detenido.-
-¿Y qué quiere don Pedro? Usted sabe como son estos milicos de mierda -dijo Luisito-.
-Comisario, ¡me lo remite de inmediato!
-Pero...¿por qué señor jefe?
-¡¿Es sordo usted?! ¡Por falta de respeto a la autoridad!

El barrio crecía. El pequeño puerto natural, aduana del Presidente Oribe durante la Guerra Grande, fue infiltrado de hormigón y transformado en un puerto moderno. El día de la inauguración vinieron embarcaciones de todas partes de América. Hubo competencias y regatas de todo tipo. Por la mañana, Luisito tripulando su chalana ganó la competencia de remo por un calendario de ventaja. Por la tarde se celebraron la regatas entre las diferentes categorías de yates. Cerraban los festejos las luchas de abordaje entre chalanas. Cada chalana, con un único tripulante provisto de dos remos y armado con una gruesa caña forrada con bolsa de arpillera en un extremo, quien debía enfrentar a los demás, tratando de arrojar al agua o inmovilizar al tripulante de la chalana rival. Al final de los combates sólo quedó en pie, agitando como un molino su caña por encima de la cabeza, la figura de un petizo fornido, de pelo hirsuto, barba de tres o cuatro días, vestido únicamente con un pantalón negro de futbol, que sujetaba a su cintura con un grueso hilo anudado.-
En el momento de ir a recibir los diez pesos de premio, que le correspondían como vencedor en la lucha de abordaje, un porteño, con la impertinencia propia de los poderosos, le gritó desde la cubierta de su lujuso yate: "Che uruguayo, vos no podés con éste". Al lado del impertinente, erguido, de brazos cruzados sobre el pecho, un titán negro miraba a Luisito desde sus más de cien quilos de peso. Luisito se excusó, dijo que estaba cansado, que quería ir a festejar los triunfos con los amigos. Una perdigonada de burlas y carcajadas hirieron a Luisito. Los ancestros de montaña y nieve, enfrentando a los temibles vikingos, de príncipes de mares, erizaron aún más sus pelos. Los vientos del norte duros, las sudestadas inclementes, las redes destrozadas por pelucones impunes, agitaron su sangre todos juntos. Apretó los dientes, resopló bajito, dos nubes oscurecieron sus ojos. Miró fijo a los jueces de la competencia. Curvó los invictos pulgares de los pies sobre el pavimento recién estrenado. Entonces, Luis Scott, a quien todos conocíamos como PERICULO, masculló entre las apretadas mandíbulas: "Y si lo mato, ¿no voy preso?"

1 comentario:

JOAQUIN DOLDAN dijo...

genial er tio!!

no deje de escribir por favor!!